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sábado, 3 de mayo de 2014

ENTREVISTA DE AJEDREZ REALIZADA POR: EL M.N. ALEJANDRO ALBARRÁN CAPISTRÁN A MAURICIO ACHAR y testimonios de: JAVIER SICILIA, HIQUÍNGARI CARRANZA Y GENARO CASTREJÓN. Del libro: Un librero de nuestro tiempo…

ILUSTRACION ELABORADA POR: Fernando Emilio Saavedra Palma.
ENTREVISTA DE AJEDREZ REALIZADA POR:
EL M.N. ALEJANDRO ALBARRÁN CAPISTRÁN A MAURICIO ACHAR y testimonios de: JAVIER SICILIA, HIQUÍNGARI CARRANZA Y GENARO CASTREJÓN.  
Del libro: Un librero de nuestro tiempo…

Mauricio Achar Hamui sugiere que, efectivamente, la inteligencia ha de imponerse –priorizarse- sobre la fuerza. Quien lo conoce sabe de su complexión robusta y su afición por los deportes, su atracción por los juegos, el amor inagotable que profesa por el saber, la cultura. La labor empresarial le ha enseñado que si la intuición en ganar, la derrota sombría e inefable siempre estará reclamando lo suyo detrás de la palestra donde, al fin y al cabo, nadie es aún dueño de su propio destino, su propia verdad. Acerquémonos.
¿Cuándo nace el concepto Gandhi y porque ese nombre?
Bueno, el concepto nace en 1969 y entra en funcionamiento dos años después. La intención de la cafetería la habría maquinado desde hacía algunos años, y afortunadamente ha sido exitosa. El porqué del nombre responde obviamente a la admiración por Mahatma y también por el contexto histórico en que nos desenvolvíamos claro, también pensábamos en “el Ché”, pero siempre he sido partidario de “la no violencia” como forma de lucha. Aunque hay que hacer la aclaración de que “pasividad” no significa “inactividad” como comúnmente de asocia…es como dice Sabines: todo se hace en silencio, la luz dentro del ojo que se exactamente. Gandhi ha representado para mí ese “héroe desconocido” tan peculiar al que nunca podremos olvidar por esa actitud.
LIBRERIAS aparece como un proyecto amplio, ambicioso y exitoso…vanguardista.
…muy cierto: un concepto característico, a la vanguardia y en él, el ajedrez.
¿Por qué al ajedrez?
La afición a los juegos creo que se la debo a mi madre. A mi padre no le gustaban y menos lo de apuesta. En el caso del ajedrez pues digamos que se dio. A mí me ha gustado y lo practicaba de joven con los amigos en una vieja cafetería que ya hasta desapareció: pedí años permiso  y se nos dejaba jugar.

¿A qué edad aprendió a jugar?
Ya tardíamente como a los veintinueve años.  

¿Ha participado en alguna competencia?
No, una vez participé en unas simultáneas en Argentina ¡y empaté! Es lo más lejos que he llegado.
Esto me sirve de referencia para la siguiente pregunta: ¿conoce la situación del ajedrez en nuestro país?
No, Sé que existe afición y que dadas las bondades del juego como ejercicio intelectual habría de promoverse, pero en el caso de nuestro país creo que primero, para tal fin habría que llevarlo a las escuelas de educación primaria, indispensablemente, originalmente.
Sabe, Gandhi es no solo un centro de reunión ajedrecístico sino ya un centro de difusión reconocido.
Aquí por ejemplo, en una sola tarde ha llegado a reunirse el equipo olímpico: ¿esperaba esto, lo imaginaba siquiera?
De veras que no. Mire, los meseros suelen tratar mal a los ajedrecistas (en las cafeterías), porque se están toda una tarde  y hasta la noche con una taza de café y a los meseros les dejan una propina muy pobre.
Nosotros hemos dicho que se permita jugar, se provea de material al cliente si lo requiere y la cuota mínima sea de veinte pesos. Nuestro negocio es la librería, la cafetería aparece cómo una extensión. Pero al fin y al cabo un negocio que depende de su rentabilidad.
¿Ha tenido problemas e inclusive pérdidas como la comunidad ajedrecística?
Bueno hay algunos que son muy escandalosos y eso molesta a quien por ejemplo gusta venir a pasar la tarde leyendo y tomando algo. Piense que muchos llegan aquí a platicar, a pasar las horas que le quedan al día con los amigos en un pleno disfrute. El ajedrez es un juego que no necesita de palabras, hay que estar callado, hay que pensar; aunque claro ¡muchos coyotes lo hacen para desconcentrar al rival! En realidad problemas no ha habido, nunca. Esto que le digo es la salvedad de algunos casos.
El ajedrez es metáfora de muchas cosas pero evidentemente es la de una batalla, una competencia ¿qué opina al respecto?
En lo personal a mí me gusta la competencia, de hecho creo que es algo necesario en la vida.
¿Qué concepto tiene de la amistad?
Es junto con el amor, una hermosa virtud. La tengo en un concepto muy alto. Y más que el término “amistad” prefiero el de “cuate” porque al fin uno se forma y desenvuelve entre eso “entre cuates”.
¿Aunque en ello vaya el concepto de la complicidad?
Sí… (Sonrisa).
¿Cómo identificar a un amigo?
A partir de sus comentarios; los enemigos. No es que eso sea un fin en sí mismo, no pero uno debe aprender a visualizar a este tipo de personas y al mismo tiempo saber con quién se cuenta.
Kundera dice que los amigos lo escogen a uno, eso es cierto. Pero la amistad es un asunto tan hermoso como complicado.
Se cuenta que originalmente el ajedrez se jugaba con dados, porque además de la inteligencia existe el azar y, entre ambos, hilvanan  el destino ¿Cree usted en él?
Sin ser supersticioso creo en el destino pero a fuerza del trabajo, la inteligencia, la previsión…
¿Por gustarle Borges creí que pensaría diferente?
De Jorge Luis prefiero sus poemas (sonrisas).
Mahatma y el Ajedrez tienen la misma fuente y desembocadura; la filosofía hindú y la libertad, el acceso a la verdad a través de la contemplación: ¿qué es la vida para usted?
Un juego, donde acatadas las reglas existe una responsabilidad.
¿Y el ajedrez?
Lo mismo…
¿Una definición de estrategia?
  La imposición de la inteligencia.

Del libro: Mauricio Achar “Un librero de nuestro tiempo”
Inés Rancé, coordinadora.

EDITORIALES:

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SIGLO XXI
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Esta obra fue impresa en el mes de octubre de 2005
en los talleres de Edamsa Impresiones, S.A. de C.V.

De ahí fueron tomados los  testimonios de Hiquíngari Carranza, Genaro Castrejón y Javier Sicilia.



Hiquíngari Carranza

No hay palabras para expresar el dolor y la tristeza cuando se trata de la pérdida de un amigo y más aún cuando es así, repentina, inesperada. Mauricio fue un amigo al que aprecié hondamente por su generosidad y por sus palabras siempre sinceras; un hombre qué, más allá de nuestra amistad y del afecto, me permitió conocer mucho de su actitud filantrópica y altruista, de su talento para identificar y desarrollar ideas y ayudar a concretarlas.
Su aguda visión en torno al mundo de los libros y su incansable búsqueda para ofrecer una alternativa de lectura a una sociedad con avidez por el saber, pero con poca orientación y posibilidades, lo puso al frente de varios proyectos vinculados con la lectura y su promoción. Como fundador y pionero en este esfuerzo, su trabajo seguirá siendo un ejemplo para todos. Mauricio fue un verdadero líder que ayudó a muchos que llegaban a él con una idea, con un proyecto, con un desafío.
Querido amigo, fuiste una referencia para los que te conocimos. Lo que aprendí de ti y tu gran calidad humana los llevo presentes en mi corazón y esfuerzo. Te extraño. Tus cualidades personales y profesionales marcan una pauta clara a seguir, porque ya tu historia es un ejemplo de éxito y congruencia.
Me uno a las manifestaciones de tristeza que agobian a tu familia y a todos cuantos lloran tu muerte, es un triste acontecimiento que deja un vacío insustituible, y nos llena a todos de luto.
Pocas personas en la vida te enseñan no con cátedra sino con simples pero profundas lecciones de vida.
Uno de ellos fuiste tú, Mauricio. Tu obra empresarial y cultural nos ha enseñado mucho, entre otras cosas a compartir, a apreciar las diferencias y a ser más tolerantes. Tu idea de una sociedad de lectores es una idea posible, una idea hermosa para la que dejaste semilla y camino; estará en nosotros continuarla.
Cuando nos reuníamos a charlar o a jugar ajedrez, siempre irradiabas paz y como hombre inteligente invariablemente invitabas a conversar. Cuántas horas hablamos en tu oficina sobre cualquier tema. Te recuerdo eternamente con una sonrisa a flor de labios, derrochando humor y un exquisito sarcasmo. Recuerdo tu puerta abierta a las inquietudes de tus empleados y de la gente, proveedores y amigos que venían a saludarle.
Eras capaz de enamorar con tus proyectos, bastaba escuchar la pasión y entusiasmo con que los contabas. Siempre el libro, los libros tenían un lugar especial en tu vida. Me siento privilegiado de haber compartido una amistad de tantos años.
Obviamente, fuiste un hombre de negocios, pero un hombre de negocios ejemplar, con un corazón enorme, abierto para todos tus semejantes. En tu liderazgo, supiste mantener siempre una preclara perspectiva de vida, junto a elevados valores personales que defendías con vehemencia y absoluta honestidad. Me consta que viviste la vida acorde con ellos.
Fuiste un amigo que supo escuchar siempre, un hombre que tomó riesgos y que continuamente sorprendía por su manera de comprar libros en partidas enormes, partidas que no a pocos le parecían una locura. Cómo gozabas comprando; sin duda, te equivocaste alguna vez, pero ahí está el “fenómeno” Gandhi, con todo lo que conlleva, como prueba de tus grandes aciertos.
Siempre te vi como un hombre de gran coraje que, visionariamente comprendió que a nuestros pueblos hay que darles voz y los libros dan las palabras. Con tu dedicación llegaste, a través de los libros, al corazón de millones de mexicanos y latinoamericanos que se beneficiaron con las gestiones y esfuerzos que entregaste toda tu vida al mundo de las publicaciones, y al de la promoción de la lectura.
Nos queda tu trabajo de pionero y tu legado. Espero que esta misión, destinada a la promoción del libro, siga viva a través de aquellos que elegiste para prolongarla y enriquecerla. Tu mirada visionaria a favor de la lectura seguirá vigente en el espíritu  de quienes te conocimos, te quisimos y respetamos, seguros de que el compromiso se sostendrá porque tu presencia sigue como un gran motor que late para acompañar en el camino del conocimiento a muchas generaciones venideras.
Desde dónde sea que estés. Querido amigo, sé que te acompañan otros hombres que, como tú han sido fieles a un sueño, por eso puedo imaginarte jugando ajedrez con Juan José Arreola, leyendo poesía con Sabines, contando historias con Rulfo, cantando hasta la madrugada con Caíto, charlando sobre teatro con Usigli y riendo a carcajadas con Ibargüengoitia.
Gracias, Mauricio, por tanta amistad y entrega, gracias por tantas horas compartidas…

Genaro Castrejón

Hoy cumplo 23 años trabajando en Gandhi de mesero. Yo conocí al señor Mauricio Achar porque me vio trabajando junto con Antonio Sultán y Ricardo Nudelman en la Fonda el Factor. Los de la Fonda me conocieron en Cuernavaca y ellos me trajeron y de Gandhi me piratearon de allá. Les gustó el sistema que traía yo, el progreso.
Como un mes antes de que falleciera el patroncito, fui a llevarle un cafecito a su oficina, un americano cortado, siempre pedía boliviano cuando había yo recién entrado. Me dio 50 pesos de propina y le dije: “Gracias, señor. Dios le dé más”.  Y él me contestó: “A mí lo que me dio, ya no me lo voy a acabar”.
Cuando íbamos a Cuernavaca íbamos cotorreando, de las obras de Germán Dehesa, los primeros trabajos que tuvo, sus pininos, y el camino se nos hacía cortito.
Mi meta era ser maestro de karate en cinta negra.
Salía de aquí a entrenar, hasta que llegué después de 15 años de esfuerzo.
Le decía a mi patrón: “Mi lema es atender bien a este cliente para que éste me recomiende a éste, éste a éste, éste a éste. Se hace una cadena que al ratito ya no me caben en mi estación”.
Mi patrón, desdelos doce años, ya hacía teatro, ya vendía calcetines en la calle. Era un señor que siempre tenía de qué hablar.
Una vez me mandó a Jojutla, a ver a un señor que me iba a dar unas docenas de cohetes, de esos que salen para el cielo, que explotan. Pero está prohibidísimo viajar con cohetes y yo no tengo carro. El señor Mauricio me dice que como no se puede subir uno con explosivos a los camiones, que si me dicen algo les ponga unas gladiolas para que se vayan asomando las colitas y digan que llevo flores. Ya cuando llegué aquí y se los entregué. Me dije: “Yo ya cumplí”. Los quería para la inauguración de la librería Fama. Puso los cohetes en una botella y de ahí salían.
Todo lo lograba.
Emilio me comentó: “Todo lo que dijo mi papá se va a cumplir. Esto va a seguir. Éstos son cimientos que mi papá puso y se deben seguir. Esto es como un arbolito que si lo dejas de regar ya no te da frutos y si lo sigues cultivando igual, con el mismo personal, esto continúa progresando”.



Javier Sicilia

Con la muerte de Mauricio Achar, no sólo se fue un amigo con quien compartía los gozos de la amistad frente a una taza de café o frente a una obra de teatro en una mesa de su casa en Cuernavaca, se fue también uno de los hombres que más hizo por la cultura de este país. Amante del teatro, apasionado ajedrecista y profundo bibliómano, Achar fue una especie de Vasconcelos sin institución. Mientras el fundador de la Secretaría de Educación Pública quiso llevar desde las instituciones educativas el libro a los puntos más recónditos del país, Achar, desde la pequeña y pobre librería, que en los años setenta abrió en avenida Universidad, y que en honora la gran conciencia moral y política del siglo XX, llamó Gandhi, quiso llevarlo a cualquier hombre de la urbe.
No era más modesto que nuestro Vasconcelos, sino más realista. Para él el libro pertenecía al mundo del alfabeto que es el de las ciudades; no al mundo de la oralidad. En ese sentido, el libro, para Achar, pertenecía a todo aquel que, como el mismo, no había ido a la universidad, pero que en su condición de alfabetizado estaba abierto al conocimiento a través del libro.
Contra la escuela, que se ha apropiado del saber y del libro y que, por lo mismo, frustra y excluye a quienes no logran acceder a ella de esa condición innata del hombre que es el conocimiento; contra los proyectos megalómanos y absurdos de las instituciones gubernamentales, como la Biblioteca de las Artes, que además de ser proyectos improductivos y costosos, no llevan el libro más que a estantes a los que sólo muy pocos acceden, Achar puso el libro a disposición de todos.
En los escasos doscientos metros cuadrados de la primera librería Gandhi, Achar con esa lúcida creatividad de los que no han sido domesticados por las instituciones, creó un nuevo concepto de la cultura.
Por vez primera en México, los libros no estaban encerrados en estantes herméticos, franqueados por un mostrador y un dependiente o bibliotecario al cual había que solicitarle el libro que se iba a comprar o a leer, sino abierto a la mirada, al tacto y a la lectura, y con precios accesibles. Aún recuerdo, cuando tenía 15 años, el gozo que sentía al entrar en esa librería donde mi mirada descubría autores y títulos que en otras condiciones jamás habría descubierto ni leído; la alegría de allegarme al estante donde estaba la poesía y, a falta de dinero para comprar, pasarme horas enteras sentado sobre el corredor leyendo a poetas que sólo conocía por referencia. Recuerdo también el día en que obnubilados con aquel pequeño paraíso, el poeta Fabio Morábito, recién llegado de Italia, y yo decidimos robar. A los 15 años, con unos cuantos pesos para comprar sólo un par de libros y con ganas de llevarnos otros, nos forramos la cintura del pantalón con ellos y los cubrimos con nuestras chamarras. Después de pagar, Achar, que entonces mis ojos de adolescente miraban como un ogro, nos espetó: -¿Y los que traen detrás de las chamarras no lo van a pagar?
Dos dependientes nos las abrieron. Entre Fabio y yo traíamos seis libros, uno de ellos, recuerdo, era El hombre unidimensional, de Herbert Marcuse. Nos lo quitaron, nos sacaron a la calle y Achar nos amenazó con llamar a la policía. Morábito, aterrado de que le aplicaran el 33, no hablaba; yo también estaba aterrado, pero envalentonado por una dignidad anarquista le grité:
-No debería llamar a la policía, sino darnos una medalla; estamos robando cultura.
Achar sonrió. Algo de esas palabras, gritadas por un adolescente impertinente, resonaban en su sentido del libro.
-Está bien –dijo-, no llamaré a la policía. Váyanse y lean, pero no vuelvan a robar.
Nos fuimos aliviados.
Achar no se detuvo en esa manera de poner el libro a disposición de todos, hasta el extremo de correr el riesgo de que lo robaran y lo arruinaran; compró el local junto de junto, amplió la librería y agregó a ella una cafetería y un pequeño foro de teatro. El libro se abrió así a la tertulia, al ajedrez, a las presentaciones, a las mesas redondas y al teatro. Junto con Germán Dehesa, a quien tanto quiso y admiró, colmó su pasión teatral. En aquel pequeño foro, con creatividad y pasión Dehesa y Achar montaron y actuaron a Camus, a Sartre y obras de sátira política, que era difícil ver en cualquier otro foro, incluso en los universitarios.
Poco a poco  el modelo se extendió y en un par de décadas Gandhi no sólo se había diseminado por muchas partes del país con diez librerías, sino que el modelo comenzó a ser adoptado por otros que nunca lo habían hecho con la eficiencia y la creatividad con la que la pasión y el amor de Achar por el libro lo hicieron.

No se detuvo ahí. A pesar de que el libro se había abierto y diseminado, Achar sabía que no estaba en las manos y en los ojos de todos. “¿Sabes”, me dijo un día que tomaba café con él en la Gandhi de Cuernavaca, “no es verdad que el mexicano no lea. Simplemente no tiene acceso al libro. Las librerías, a pesar de todo lo hecho, son muy intimidantes para la mayor parte de la gente. Hay que sacar el libro a la calle, ponerlo en los sitios en donde la gente vive diariamente y mostrar que la lectura no tiene que ver con un acto solemne, sino con la alegría y el buen humos, que la cultura es también divertida.” Ideó entonces  sus campañas publicitarias que están llenas de un gozoso sentido del humor y, como un misionero vasconcelista, con su caja de libros al hombro, tocó las puertas necesarias hasta que logró poner puestos de libros en treinta y dos estaciones del Metro de la ciudad de México y uno más, Un Kilo de Libros, en la central de abastos, a precios verdaderamente accesibles, 20 pesos por libro. Quería hacer lo mismo en la Central de Abastos de Morelos. No hubo condiciones. La imbécil ignorancia del gobierno de Estrada Cajigal jamás lo entendió.

Nunca se guardó nada para sí en relación con la cultura y el libro. Los regalaba entre sus amigos (siempre que lo visitaba –como una caricia a aquel muchachito que un día intentó robarle- me llenaba de libros) y apoyaba a quien se acercaba a él en busca de un proyecto cultural.
Lo vi por última vez el viernes 5 de noviembre.
Me había invitado a desayunar. Después de bromear –Achar era un hombre lleno de ocurrencias y de magníficos chistes-, de regalarme dos tomos de filosofía escolástica y una chamarra de los Pumas –siempre amó a la Universidad donde con un puesto semejante a los que tenía en el Metro había iniciado su aventura-, se puso serio y me dijo:
-Mañana voy a México. La señora que dirige el Metro quiere cobrarme por el espacio de los puestos de libros que pusimos ahí. Esa gente no entiende nada. Si no logro hacerla entender, me voy a ver a López Obrador.
No vio a ninguno de los dos. El martes en que tenía la cita moría en la madrugada. El lunes por la noche, me cuentan jugó su última partida de ajedrez con el escritor Leo Mendoza. Salió tablas. Arreola –que era también un apasionado del ajedrez- decía que en la vida había que salir a tablas. No fue el caso de Achar ni de Arreola. Si empató en el ajedrez, no lo hizo con la vida.         No sólo, después de Mauricio, el libro y la cultura de este país no volverán a ser los mismos, sino que su amor por el libro, que niega el tiempo y en su instante sin medida nos devela el otro tiempo, me dice que Achar ganó la vida eterna y que un dúa, cuando yo también me haya ido, lo encontraré de nuevo en el amor que incendia todo y del que su amistad y su amor por el libro nos enseñó tanto.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costo-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.